De nuevo increíble lo que ha hecho Alexander McQueen con los estampados para su colección Primavera-Verano 2010. Vestidos anfibio e insecto como sacados de una película de ciencia ficción. Y modelos tan caracterizadas que apenas resultan reconocibles.
Lo mejor de todo es que lo suyo no son disfraces: es moda con mayúsculas. Porque una vez fuera de la pasarela, aunque particulares y cero convencionales, sus creaciones, son totalmente ponibles.
Alexander se inventa cada vez un mundo distinto. Si la pasada temporada triunfaba el surrealismo, mucho menos teatral es su universo paralelo en el que las maniquíes representan la relación del hombre con la Tierra.
Como siempre, McQueen dibuja una fina línea entre fantasía y realidad. Y los detalles en sus diseños son minuciosísimos.
Sin embargo, a pesar de la riqueza de sus materiales, y su perfección en los pliegues y cortes, a juzgar por el repertorio homogéneo del diseñador, su visión parece de cuento pero esconde un alto grado de pesimismo. Nos ha dejado un poco fríos, ¿no? Acostumbrados a grandes aspavientos y un catálogo variadísimo de estructuras, volúmenes y siluetas, tanto vestido igual ha sido un poco desalentador.
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